Te vi llegar, tu estaba ahí, yo ya me había ido, te espere todo lo que pude esperar, aguante como nunca antes había aguantado nunca en mi vida y no llegaste a tiempo. Todo por esa estúpida pelea que tuvimos que te obligo a actuar de una forma estúpida que ni siquiera tú te conocías. Después vienes a pedirme perdón por esa pequeña gran travesura tuya. Yo no quería aceptarte de nuevo en mi vida, sentí que me habías hecho un daño tremendo, sentía el mismo dolor que cuando te marcan con un metal caliente, me marcaste todo el pecho. Luego de algunos meses te acepto de nuevo en mi vida, porque fueron más los buenos momentos, aquellos momentos que fuimos felices, que aquellos momentos amargos, aunque la marca que me dejaste es permanente. Volvimos a ser felices por un tiempo, los dos tratamos de olvidar esos odiosos ratos que pasamos gritándonos de cara a cara, y nunca nos dimos cuenta de que el tiempo hizo lo que mejor sabe hacer, erosionar aquel amor descuidado, que termina con aquellas parejas que se dieron todo y al final no les quedo nada para dar. Entonces alguien más apareció en mi vida, me resistí al principio, pero poco a poco me fueron ganando las ganas de sentir aquella sensación que sentiste al engañarme. Entonces en ese instante en que cometía aquella lujuria, nuestra péquela hija me descubrió en pleno pecado, mi mente comenzó a divagar en lo que pasaría después de esa noche. Justo en el instante en que tome conciencia de la situación me abalancé sobre nuestra hija que estaba llorando y le ordene que se callara, lo que ella no pudo evitar, fue ahí donde la golpee y la seguí golpeando, nadie me podía detener, de pronto me encontraba en silencio, todas las personas que me amaban estaban muertas, por suerte tu no me amabas. Ahora yo no te pido perdón por lo que hice, porque no se debe perdonar a una persona así, no merece vivir, por eso mientras escribo esta carta estoy muriendo, lenta y tortuosamente como se debe de sufrir.
Martha